ANTONIO GÓMEZ

Hoy me he acordado de Antonio Gómez.

Ordenando libros -no sé si en esta vida algo hago que merezca la pena que no sea leer, ordenar y desordenar libros- me he topado con los de Antonio. Él es poeta más de objetos y acciones, de imágenes, que de libros, aunque algunos tiene y algunos de ellos tengo. Hasta en uno -él que crea arte con todo- salgo a su lado: EL TOCADOR DE PITOS (Badajoz, 2008. ¡Vaya año! Se llevó a Manolo, a Justo, a Ángel… y por poco a mí)

Antonio Gómez es nuestro Ramón, nuestro Huidobro, nuestro Giménez Caballero sin histrionismos. El más vanguardista de todos, el que crea arte, sí, con todo. Brossa redivivo, poeta total.

Pero el libro que conservo con más mimo de los suyos es uno raro, prosaico para lo que él hace, aunque sea de poemas (…DEL CAMINO). Lo publicó en Mérida -adonde había llegado desde Cuenca- en 1979, en el Aula de Cultura Extremeña «Entre Tajo y Guadiana». Le hizo un texto previo Carlos de la Rica, de introito hay un poema dedicado de Manuel Pacheco («Romance para nombrar los poemas de Antonio Gómez») y en la contraportada -debajo de él con menos de treinta- aparecen unas palabras de Carmelo Arribas. Es un libro extraño para él, como digo, de pocas imágenes, solo la de la portada, en la que colocó su propio salvoconducto de la vida, cursado el 17 de enero de 1951.

«Subí donde guardaba mi esperanza / y no vi nada»

Antonio Gómez es un creador enorme, un artista rotundo, un escritor que ejerce de patriarca silencioso de todos nosotros. Vivo a poca distancia de escritores y escritoras de fuste (Extremadura es tierra pródiga), pero la escasa que me separa de este me honra especialmente. Y como hoy me lo he topado entre mis libros y nada es casual, aquí lo dejo dicho.

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