Llevo diez días filipino. Desde que me dejaron los dos volúmenes de un libro que quería leer desde hace tiempo: el ANTONIO PÉREZ de Gregorio Marañón, sobre las desventuras del secretario de Felipe II. Fue en una espléndida mañana, algo berlangiana, compartiendo conversación en una iglesia vacía con dos amigos (un cura y un antiguo alcalde) bajo el repique de campanas por la España vaciada y tras admirar la soberbia talla de un cristo medieval.
Qué disfrute de gente, de mañana y de lectura. En plena era de los resúmenes (hechos con IA o sin I alguna), es un placer demorarse en la lectura de un libro minucioso, de más de mil páginas, con centenares de notas a pie de página y escrito con el ánimo de contar absolutamente todo de algo. En este caso de unos hechos que estremecieron a la España del último cuarto del siglo XVI y que provocaron hasta un conflicto territorial entre Aragón y Castilla: el asesinato de Juan de Escobedo en 1578 y las detenciones del privado del rey y de la princesa de Éboli, acusados de cometerlo.
Marañón escribió el libro en París durante su exilio de 1936 a 1942. En él no solo se explaya en el detalle de los hechos que relata. Sabedor de que los censores leían poco, esconde en notas a pie de página o en inocentes párrafos indirectas relacionadas con la política española de la época en que lo publica (la primera edición salió en Buenos Aires en 1947, pero prosiguió editándolo en Madrid a partir de 1948).
Valga como muestra de estas insinuaciones críticas a la política del momento este tarascazo que dedica, aparentemente, a Escobedo, pero que, publicado en 1948, es evidente -y sorprende la osadía- que se refiere al general Franco, a quien -como le constaba al doctor Marañón- le faltaba un testículo:
«Si todo esto es exacto, habría que pensar que era un enfermo, uno de tantos paralíticos generales que nos encontramos a cada vuelta de la Historia» (tomo I, p. 260)