Leo FLORES ROJAS PARA MIGUEL SERVET, escrito con brío por Alfonso Sastre en 1964 y publicado tres años después en Madrid por Editorial Rivadeneira con bellas ilustraciones de Ricardo Zamorano. No sé si es por la lectura reciente del ANTONIO PÉREZ de Marañón, pero vuelvo a encontrar en este libro dos tiempos: el de los años que narra y el de los años desde donde escribe.
Pierre Vilar reclamaba para leer un libro de historia un mínimo de información sobre las relaciones entre esa historia y quien la firma, y tanto Marañón como Sastre la ofrecen entre líneas. El argumento evidente es, en este caso, el de las ideas y el proceso al libérrimo médico y teólogo Miguel Servet (1511-1553), alejado de España para evitar la ortodoxia religiosa y que acabó ajusticiado en Ginebra por la heterodoxia, y el otro, el del tiempo en el que está escrito, la dictadura franquista.
El dramaturgo escribe su obra apenas un año después de que fuera defenestrado y fusilado su camarada Julián Grimau. Y en su relato ginebrino algo hay de la desventura de Grimau, aunque la equidistancia de Servet («ni con estos ni con aquellos estoy conforme ni disiento en todo»), que repugnaba tanto a católicos como a protestantes, sea muy distinta del compromiso coriáceo del dirigente comunista: también Servet salió de su país, también camufló su identidad, también él militó en cierto comunismo anabaptista, igualmente él fue reconocido en una ciudad en la que todo era opresión, fue torturado, sometido a juicio y, como Grimau, acabó muerto por sus ideas.
Porque el Servet panteísta, que decía «Dios es todo y todo es Dios», el que negaba la trinidad y criticaba el bautismo antes de la mayoría de edad, el descubridor de la circulación de la sangre… fue sobre todo el Servet que defendió que nadie puede ser acusado criminalmente por pensar de forma diferente.
Y esa es la conclusión de ambas historias, la de Servet y la de Grimau: la tolerancia o su reverso, la intolerancia. Con ese argumento, parece claro que al franquismo, tan admirador de la España tridentina, hubo quienes le buscaron las vueltas, disimuladamente, escribiendo también sobre el siglo XVI.