Acabo de recibir un libro que quiero leer desde hace tiempo. Un clásico: LOS GRANDES CEMENTERIOS BAJO LA LUNA de George Bernanos (1937). El renombrado testimonio del escritor católico francés que vivió en Mallorca la sublevación de 1936 rodeado de amigos falangistas y acabó denunciando ante el mundo el horror provocado por los suyos.
Pero no me ha llevado a él, aunque haya a quien le sorprenda, el interés por el período histórico ni la búsqueda de una constatación que no preciso; ni siquiera la militancia o el sectarismo que -por si acaso- he conjurado leyendo previamente la carta que Simone Weill le escribió en 1938 contándole los desmanes que había vivido entre algunos cenetistas en el frente. Lo que me ha situado al borde de este libro es una frase: «Fue una insensata temeridad desarraigar a los imbéciles».
Y con ella, estas otras: ¿»Os aburre que hable tanto de los imbéciles? Más me cuesta a mí hacerlo. Pero es que quiero convenceros de algo: a hierro y fuego nunca acabaréis con los imbéciles. Porque, repito, ellos no inventaron el hierro ni el fuego ni los gases, pero utilizan a la perfección todo lo que les evita el único esfuerzo del que son realmente incapaces, el de pensar por sí mismos. ¡Prefieren matar a tener que pensar, eso es lo malo! Y vosotros les proporcionáis mecánicas. La mecánica está hecha para ellos. Mientras llega la máquina de pensar que están esperando, que exigen, que está al caer, se conformarán gustosamente con la máquina de matar, incluso les va como un guante».
Tengo una extraña sensación: no sé si voy a leer este libro después de los hechos remotos que relata o, inevitablemente, antes.